Creer que el medio social en el que crecemos es la única referencia y la única forma de interpretar la realidad es una gran desventaja, pues nos aparta del diálogo y favorece la brecha entre lo nuevo y lo antiguo.
La historia está repleta de testimonios de hombres y mujeres de Dios que presenciaron la belleza de Jesús actuar en medio de una cultura diferente a la de ellos. Estas personas percibieron que muchas cosas que creían ser importantes no lo eran tanto como la necesidad del otro. También constataron que cosas inicialmente vistas como amenazas a su misión, en realidad escondían el secreto para comunicar el evangelio a aquellas personas que querían impactar. Allá en el campo misionero entendieron el multiculturalismo de un evangelio que responde a todas las necesidades humanas y notaron posibilidades que antes consideraban problemas.
Agradezco mucho a Dios por la posibilidad de haber trabajado en tres países diferentes, de haber predicado en iglesias de diversos tamaños y por la oportunidad de viajar continuamente. Todas estas experiencias me permitieron ver con “ojos internacionales” y escuchar con “oídos regionales”, lo que me ha ayudado a entender la tendencia de pensamiento de las personas con las que trabajo y aplicar estilos de liderazgo más adecuados. También aprendí más sobre la misericordia, comprendiendo por qué cierta palabra o acción ofende en un contexto, mientras que, en otro, pasa completamente desapercibida. Siempre hay un trasfondo para cada situación, y saber cómo leer ese contexto nos permite una mejor interpretación, saber cómo hablar, conducirse, etc. Todos necesitamos de ese conocimiento cultural.
La misión para las nuevas generaciones no siempre requiere cambios geográficos, sino que demanda la convivencia intergeneracional, adaptaciones culturales e incluso tecnológicas. Sin descuidar lo micro, debemos vislumbrar lo macro, y eso no se limita a hacer nuestras reuniones estrictamente más atrayentes para las nuevas generaciones. Debemos analizar nuestro público y usar las mejores herramientas posibles, teniendo en mente el llamado que Jesús hizo a sus discípulos: ser la sal de la tierra y la luz que expulsa las tinieblas del mundo (Mateo 5:13-15).
Sí, esta generación vive on-line y no hay cómo volver atrás, por lo tanto, en lugar de intentar detener lo inevitable, o solo hacer las típicas reflexiones sobre los actuales peligros, es mejor aprender a lidiar con la realidad de manera perspicaz, ayudando a las nuevas generaciones a aprovechar cada oportunidad que la tecnología trae y hacer que tales posibilidades tengan un impacto positivo cuando estén off-line. ¿Cómo hacerlo?
Para comenzar, ayudemos a los jóvenes a explorar todo lo que es bueno (Filipenses 4:8), incluso los recursos tecnológicos de todo tipo. ¿Estamos ayudando a nuestros jóvenes a encontrarlos o ignoramos todo lo que está on-line? En segundo lugar, conversemos sobre las prácticas que son malas, siendo específicos en ese análisis. Eso es mejor que solo demonizar lo que no conocemos o no nos parece atrayente. ¿Qué le parece compartir recursos digitales para hablar sobre las canciones, videos o películas que ellos están viendo? Claro, prohibir es más fácil que involucrarse, pero aquí no estamos hablando sobre lo fácil, sino sobre lo importante. Finalmente, en lugar de solo establecer los marcos, ¿qué le parece ayudar a los jóvenes a establecer sus propios límites? Esa no es una tarea fácil, pues requiere una participación especial de los padres y el diálogo con líderes de jóvenes. Es esencial dejar en claro que el universo on-line debe ayudarlos y capacitarlos para ser personas mejores, tener buenas relaciones y tomar decisiones sabias, alertando que, eventualmente, ellos pueden cometer algún error, o encontrar algo malo, así como también ocurre en el mundo off-line.
El apóstol Pablo, en la carta a los Hebreos, conecta la encarnación de Cristo a una larga historia de Dios tomando la iniciativa de contextualizar el pueblo que ama de maneras culturalmente inteligentes. La carta comienza diciendo: “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo” (Heb. 1:1, 2).
Jesús fue el lenguaje de Dios para los hebreos, pero también lo es para nosotros, por eso debemos aprender a hablar esa lengua con la nueva generación, que no conoce el mundo sin aparatos que requieren Wi-Fi. Ignorar y prohibir lo nuevo ha sido la tentación de muchas generaciones, pero no podemos ceder a ella. Necesitamos involucrarnos con el tema de la encarnación, y eso exige trabajo, relación cercana, diálogo y aprendizaje de todos los involucrados. Nuestro desafío para esta generación es: ¡cambiar el lenguaje sin cambiar el mensaje!
Pr. Sósthenes Andrade
Ministerio Joven – Unión Norte Brasileña.