Sí, lo debo confesar, de tan nervioso que estaba tuve un ataque de risa en el momento en que el pastor nos pidió a los más de veinte adolescentes que nos pusiéramos de pie para tomarnos los votos bautismales. ¿Dije adolescente? Perdón, me equivoqué. Yo era un niño en esa primavera a mediados de la década del noventa y tenía apenas ocho años recién cumplidos.
Como hijo de anciano de una iglesia grande, desde muy pequeño fui a todas las semanas de oración y pasaba a cada llamado posible. Tanta fue mi insistencia con el bautismo que mis padres le pidieron al pastor que me diera los estudios bíblicos. Él aceptó gentilmente y me enseñó no solo doctrinas, sino que también me mostró a Jesús en cada creencia. Fue entonces que realmente decidí bautizarme. Conocer a Jesús a esa edad (obviamente de manera parcial e incompleta) me ayudó a luego seguir participando de cada actividad y ministerio que la iglesia patrocinaba. Demás está decir que luego vino la adolescencia y la juventud… Muchas veces, recordar la imagen de ingresar al bautisterio con el agua al pecho de lo pequeño que era me ayudó a evitar que fuera por un camino con final incierto.
El bautismo de primavera no es simplemente una actividad rutinaria de calendario, es muchísimo más que eso. Es la prueba de que la iglesia está viva viviendo en discipulado; que comunión, relacionamiento y misión son palabras no solo usadas sino también vividas por el pueblo de Dios en todo el mundo. Las palabras del Ángel retumban hasta hoy: “Pero, cuando venga el Espíritu Santo sobre ustedes, recibirán poder y serán mis testigos tanto en Jerusalén como en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra” (Hechos 1:8 NVI). Se trata justamente de representar a Cristo en la tarea de hacer llegar las buenas nuevas de salvación a cada persona de este planeta.
Es obvio que el hecho de que sea en primavera no es más que para hacer una alegoría al nuevo nacimiento, pero también es para comenzar a cerrar un año cargado de actividades eclesiásticas que, en teoría, llevan al resultado de que personas se entreguen a los pies del Maestro.
El libro de Hechos rebosa de anécdotas sobre personas que se bautizaron. A algunas las menciona con nombre o cargo, como el etíope, Saulo y Cornelio (capítulos ocho, nueve y diez de Hechos respectivamente), hasta de miles de anónimos que se entregaron a Cristo.
¿Qué se podría sacar de conclusión al respecto? Podemos citar el esfuerzo humano en el cumplimiento de la misión unidos al poder del Espíritu Santo. Y el bautismo no es más que una demostración pública de una decisión tomada en privado, lo que nos permite transformarnos no en miembros de iglesia, sino en testigos del amor de un Dios que hace todo lo posible para que vayamos al cielo a vivir una eternidad.
La decisión de cada ser humano se divide en aproximadamente cuatro áreas, a saber: información, convicción, deseo, acción.[1] Y esto, con vistas al bautismo de primavera y al trabajo de los jóvenes, tiene que ser trabajado de manera tangible con las clases bíblicas y de manera intangible a través de nuestra actitud redentora hacia ellos. Saltearnos estos pasos implica que los adolescentes queden sin respuestas que pueden repercutir de manera negativa tiempo más tarde, es por eso que la clase bíblica y el estudio en sí, son espacios de confianza propuestos donde se responden las preguntas que van surgiendo, desde aquellas sin sentido hasta las realmente trascendentes. Y, de esta manera, no solamente cumplimos con requisitos y fechas, sino a su vez con la función discipuladora sobre estas mentes.
Como pensamiento final, se puede observar la necesidad de ser intencionales en mostrar a Cristo a tiempo y fuera de tiempo, más que mostrar un día, o el servicio del Santuario por sí solo. Aquí cabría la pregunta “¿Qué debemos hacer para mostrar a Cristo en cada porción de nuestras creencias para que estas tengan sentido completo?”.
Mostrar a Cristo debe ser la prioridad de los que una vez dejaron su vida pasada y comenzaron a caminar al lado de él.
Regresando a aquel idílico momento de septiembre, el bautismo de primavera fue meses después, con el ataque de risa antes de los votos incluidos. ¡Nunca me imaginé que terminaría estudiando teología y con un llamado como pastor! De cualquier manera, mi decisión, con tan solo ochos años, ya estaba tomada. Quería seguir a Jesús para siempre.
Pr. Mariano Sanz
Distrito Ñeembucu – Unión Paraguaya
[1] Presser Nicolas, Apuntes de clases: Evangelización personal (Libertador San Martin: UAP)